Opinión | 29 oct 2024
Controversial
¿Era inmerecido el nobel de Han Kang?
El Premio Nobel de Literatura provoca agrias polémicas desde el principio, desde su primera edición en 1901.
Por: José Luna Muñoz
El primer ganador de esta distinción -y primer blanco de los amores y odios de los fanáticos de las bellas letras- fue el francés Sully Prudhomme, un poeta ligado a la escuela parnasiana que legó a la posteridad obras de admirable perfección formal -arte según la más genuina perspectiva parnasiana-, estructuras bellas y a la vez frías, como bloques de exquisito mármol; y alguna que otra de tono distinto, como el célebre poema El vaso roto, una maravillosa clave del corazón humano.
Mientras Francia y sus académicos celebraban este triunfo -cabe recordar que Prudhomme era amigo de muchos poetas encumbrados de su país en aquel momento y ocupaba el asiento 24 de la Academia Francesa-, un nutrido grupo de opositores reclamaba que el Nobel debió ser para Lev Tolstoi. El celebérrimo novelista y reformador social ruso tenía por entonces 72 años y ya había escrito sus principales obras -Guerra y paz, Ana Karénina, etc.-, pero también era cierto que la fama de Tolstoi no era interpretada por todos de la misma forma; incluso dentro de Rusia, llegó a ser visto como un personaje algo díscolo y extravagante: era antimilitarista y ya desde la época de Los cosacos (1862) parecía embarcado en esa búsqueda de la “integridad” que lo llevó a renunciar a su estatus de noble y vivir como zapatero.
Está claro que, sopesando a Prudhomme y Tolstoi, no hay forma de equilibrar la balanza. También es cierto que, en los primeros años de la premiación, los autores rusos sufrieron la consecuencia de las quebradas relaciones diplomáticas entre Suecia y Rusia, lo que explicaría por qué ni Tolstói ni muchos otros -hasta Bunin, en 1933 y luego Pasternak en 1958- lograron el galardón de la Academia Sueca. Queda claro que las acusaciones al Nobel de ser un premio político o un certamen condicionado ideológicamente han sido la constante de sus 117 ediciones. ¿Ha ocurrido lo mismo con la elección de la surcoreana Han Kang?
Las pasiones en el mundo del cibernautismo se mueven con la misma vehemencia que en un estadio de fútbol. Así, muchos que vieron defraudadas sus esperanzas de que Haruki Murakami logre el galardón, rápidamente atacaron la premiación de Kang alegando que la decisión buscaba congraciar a la Academia con un público feminista y con los activistas de género. Llamaron la atención, incluso, de que la coreana fuese parte de la periferia literaria, a diferencia de Murakami (¿?) o los autores europeos y norteamericanos. Sobre esto último hay que señalar que incluso en 2018, el ex secretario permanente de la Academia Sueca, Horace Engdahl, afirmaba que si los estadounidenses no ganaban muchos premios se debía a que el país era “demasiado insular” y “no participa en el gran diálogo de la literatura”. Muchos nobeles no saldrían bien parados.
Hay quienes citan a Borges -a quien se le negó el Nobel, según su viuda, María Kodama, porque apoyó al régimen de Pinochet- como ejemplo de que el Nobel se otorga por afinidad política y otros criterios extraliterarios. Borges fue nominado ocho veces -cuatro menos que el autor de Tokio Blues- pero conviene recordar también con quienes compitió y quienes ganaron en algunas de tales ocasiones: el año de su primera nominación, 1956, el ganador fue Juan Ramón Jiménez, el mentor espiritual de poetas de vanguardia de la talla de Jorge Guillén, García Lorca y los representantes de la poesía pura española.
En 1962 le ganó John Steinbeck (Las uvas de la ira); en 1963 Borges perdió frente a Yorgos Seferis (Mythistórima), el poeta de la historia recursiva; en 1964 quedó fuera frente Jean Paul Sartre -quien rechazó el galardón aludiendo que no deseaba perder su identidad de filósofo, aunque existen pruebas de que en 1975 intentó cobrar el dinero-. Finalmente, en 1964, Borges tampoco pudo ganar; esta vez el premio fue para Mijaíl Shólojov, el más acabado artista del realismo socialista. A partir de 1967, Borges candidatearía cuatro veces más, pero el jurado y poeta Arthur Lundkist intrigó para que nunca se le dé el premio, esta vez por razones políticas y rivalidad personal. Así pues, no es cierto que Borges perdió frente a unos perfectos desconocidos o donnadies de la literatura, al menos no en la mitad de las ocasiones.
Y volviendo a Han Kang, ¿es una mala autora como para decir que solo Murakami merecía ganar? A diferencia del perfil del novelista corriente, la Sra. Kang corresponde al caso de poetas que escriben novelas. Su carrera literaria comenzó con la publicación de poemas breves en revistas. En dichos poemas se notas algunos de los elementos que luego de convertirán en los resortes de obra narrativa: la concepción de una historia como una continuidad íntima, la imaginación como instrumento cognitivo que reinterpreta los grandes hechos, y la cotidianidad como escenario brutalmente decisivo. Resulta valioso que el Nobel, generalmente reservado a una literatura de corte sinfónico, premie a una artista “de cámara”, a una escritora sumamente empática con la fragilidad, cuya voz huye de las estridencias y se hilvana al ritmo mismo de una respiración fatalista. No es Han Kang mejor que Murakami. Simplemente, fue su momento. A Murakami debe tocarle el siguiente galardón.